Han pasado muchas cosas esta temporada. Hemos disfrutado de eventos deportivos, culturales y sociales. Y con las glándulas literarias declarándonos culpables por no plasmar todas esas vivencias en este espacio que pretende ser de futuros recuerdos, intentaremos curar poco a poco la herida que abre el olvido.
Lo que no olvidaremos será cuánto disfrutamos con lo que hacemos. Todo sale del espíritu dondebikero. Llegar tarde no es problema si se hace con una sonrisa en los labios y mucho más grande en el corazón… pero llegar.
Kiko se lanza a la aventura del triatlón. Aun no entendemos como es capaz de sentirse peligroso siendo tan vulgar, pero se gana su lugar con ingeniosa ingenuidad.
Poco a poco el triatlón está abriéndose al deportista popular, lo que hace de cada prueba una fiesta. Voluntad y entrega son las armas necesarias para afrontarlo, diversión para vencerlo.
El nivel de los triatletas es enorme. Hay que entrenar mucho y bien para compaginar con elegancia las tres disciplinas. Kiko de momento no se ahoga a pesar de tragar mucho agua, disfruta de Salomé como de un juguete y corre con la torpeza desvergonzada de la primera vez… así que elegancia, poca.
El ritual comienza en casa preparando todo lo necesario y continua en boxes ordenando de la mejor manera posible los elementos que vas a utilizar. Las transiciones son los momentos más divertidos y estresantes de la prueba.
Pero antes tienes que enfrentarte a lo desconocido, el agua.
Tienes que enfrentarte al abismo del mar, al agobio de no tener la cabeza libre para respirar, al verde del río o pantano muy lejos del azul de la piscina, a las corrientes, olas, a los compañeros que involuntariamente lanzan sus brazos sobre tu cabeza amenazando con el batir de sus piernas.
Aquí rige la ley del más fuerte, o pisas o te pisan. Y no podemos olvidar la orientación; si no estás atento puedes acabar haciendo muuuchos más metros de los necesarios o en Melilla. Si los nervios no traicionan todo irá bien.
Mareado, sin aire y con la adrenalina a tope se sale del agua. Empiezan los ‘problemas’. ¿Dónde está mi bici?
Cuanto más grande es el box, peor lo pasas, estás encima de tus cosas y no las ves. El casco no cierra, la cinta del dorsal no entra o la pones al revés, la gente llega corriendo y se va zumbando, ¡¡¡vaamoooossss!!!
Salome se lanza valiente a rodar desde el principio. CLAK, CLAK, pones el desarrollo adecuado y te acoplas a la bici. Aquí te das cuenta de lo importante que es salir bien posicionado del agua. A lo lejos se ve un grupito que avanza firme mientras que tú sufres en solitario sin que consiga unirse ningún triatleta de los que vas cogiendo. Ese grupo de delante te mete una minutada, a no ser que… tres bicicletas te pasen a cuatro o cinco kilómetros por hora mas rápido de lo que tú vas.
Aprietas los puños, los dientes, las piernas y consigues coger rueda (menos mal). Si hay colaboración se gana mucho tiempo pero siempre hay alguno que no pasa a relevar. Empieza el contacto entre corredores, poco a poco se deja de ser rivales y se convierten en compañeros. A nadie le interesa que se rompa el grupo, pero ese repecho va a hacer daño. Ahora sólo los más fuertes aguantan el ritmo. Quien pierda mucho terreno ya sabe que se queda solo para volver a llanear. Sin duda es el segmento mas divertido.
PIE A TIERRA. No se puede ir en bici por el box. Deja la bici y ponte las zapas de correr… ahh, quítate también el casco, jaja. Dorsal mirando hacia delante y a correr.
Uff, cuesta coger ritmo y compaginar la respiración, pero se sigue. A ver si con un poquito de agua… mejor. El compañerismo es directamente proporcional al cansancio. Todos, los que adelantan y los adelantados, se van dando ánimos. El público es más cercano y también tira de ti. Hay familiares y amigos, pero tú no estás para muchas fotos. A pesar de ello, sonríes cuando ves una cámara, jeje.
Bueno, eso de compañeros es solo mientras no se ve la meta, que uno tiene su honrilla y aquí no hemos venido a pasear.
Cruzar el arco de meta supone una mezcla de sensaciones. Te falta el aire, te duelen todos los músculos de tu cuerpo, tienes sed, pero estas contento, te has divertido participando de esta fiesta. Entonces aparece la mano del tipo que te ha ganado el sprint, o del compañero que te daba relevos en la bici, o el amigo que ha llegado mucho antes y sabe que lo vas a necesitar. Surge la sonrisa, esta vez no forzada, y sólo eres capaz de decir, ‘qué cansado estoy’.
Inmediatamente cuentas las anécdotas de globero que te han ocurrido y Montero se parte de risa ‘que cojones tienes’.
Y dejemos los tiempos para los bien clasificados, recordemos que esto todavía no ha acabado… aunque por hoy, y yéndonos de cañas, nos podemos despedir.
